lunes, 30 de enero de 2012

Un guanaco en el countryside

"Cabal" es una palabra que no puedo dejar de decir. Tampoco puedo dejar de señalar con la boca. Donde voy busco saciar mi hambre de maíz y frijoles. Tengo un deseo eterno de pupusas.

El Salvador es el nombre más bonito de cualquier país. Salvadoreño se oye bien cachimbón. ¿Where are you from? Me dicen a cada rato. ¿Mexicano? ¿Peruano? ¿Filipino? ¿Cubano? y ultimadamente ¿Chino?

Nunca me preguntan tan siquiera ¿Centroamericano? Aun cuando Nicaragua se parece a El Salvador, como Honduras, y no tanto como Guate. Me acuerdo que en Somoto, el primer día, me almorcé un elote asado con cuajada. Con los nicas nos parecemos en lo ijueputas!!!

Costa Rica es un país caro, limpio y más ordenado que El Salvador. Un país donde nadie quiere ser pobre. Los que lo son no se lo creen. Es un eco-parque de diversiones, principalmente para gringos.

Panamá es el paraíso para el consumista. Están orgullosos de su Allbrook. El canal, su fuente eterna, les da y les seguirá dando plata. Tres regiones indígenas le dan magia a su territorio. De no separarse de Colombia, quizá no tuviesen tanto.

A Colombia llegué con miedo. Puro pollo comprado. Pero cuando les vi alegres y bailadores me les pegué. Sin embargo, Colombia me quedó debiendo. Por eso le dije hasta pronto. Por eso he guardado la mochila en un lugar visible. Lista.

La misma mochila, un poco más sucia, la volví a usar hace unos días para visitar el countryside de Saint Vincent. El área rural de la isla, donde fue mi misión descubrir el verdadero vincentian style. Dexton se llama mi anfitrión. Viví cuatro días con la familia de su novia. Esta es la historia:



Dexton, como la mayoría de vicentinos, habla vincy, inglés caribeño. A veces se le olvida que no entiendo todo y se suelta a hablar. Acompaña sus historias con gestos, imita voces, grita. Yo me doy por entendido, aunque a veces me quedo en la luna.

Caminamos por una playa hasta llegar a la parada de buses. Unos treinta minutos más tarde abordamos un microbús. Nada más parecido a El Salvador. Musicón a todo volumen y motorista con prisa, como gallina queriendo poner huevo.

El transporte en San Vincent es caro y peligroso. El pasaje más barato cuesta $0.60. Las calles son estrechas y llenas de vueltas. La única calle de más de dos carriles está en el centro de la ciudad. Las llantas de los micros chillan mientras adentro la gente amontonada se agarra de lo que puede. Es algo normal. Nadie se espanta.

Finalmente llegamos a North Union, pero para llegar a casa faltaban aun dos kilómetros por la montaña. El peso de la mochila me recordó caminatas anteriores. Me sentí contento.

Cuando finalmente llegamos oscurecía. Mientras miraba a los miembros de la familia me pregunté ¿Bueno y dónde es que estoy pues? Interrogante que a veces me hago para despertar mi curiosidad.

Yo no tenía hambre y eso le preocupó a Dexton. Le dije que mejor saliéramos a buscar algo de tomar. Una cerveza. Otis, cuñado de Dexton, se apuntó a la idea y nos llevó a una cantina cercana.

En el lugar un estante tiene más botellas de Sunset que cualquier otra cosa. Entre esas otras cosas botellas con aceite y papel higiénico. Sunset es el nonbre de un very strong rum con 84 % de alcohol. El favorito de los vicentinos. Yo lo probé antes del viaje y me noquió. Menos mal no me ofrecieron.

Unas 12 personas bebíamos afuera de la cantina. Un rastaman encendió un puro de marihuana y el olor invadió el ambiente. “Dejen de fumar weed allá afuera”, gritó una voz femenina desde una ventana.

El rasta refunfuñó, se saltó la acera y terminó su puro en la calle. Sin embargo, en San Vicente la marihuana es más común de lo que me imaginaba. Es normal ver gente fumando weed en la calle. Dicen que la policía solo persigue a los cultivadores.

Terminamos el parcito y regresamos a casa. Dormí como piedra esa y las otras dos noches que pase en el countryside. Por la mañana me propuse identificar a los miembros de aquella familia.



Venet es la mujer con quien Dexton ya tiene 11 años de vivir. Él dice que es su novia. Ella antes de conocer a Dexton tuvo cuatro hijos, los tres menores, Tuana, Tuanicia y Tim, viven con ella. En la misma casa viven los tres hermanos menores de Venet: Din, Jam y Otis. Jam tiene a su mujer en la casa.

Esta mujer, de quien solo recuerdo que es originaria de Dominica, tiene una hija por su cuenta, Yoyo (la niña de tres años que tiene con Jam) y está embarazada. Contando la criatura que está por venir, son 12 almas las que viven en aquella casita de 5 x 7 m.

Nada mejor para el desayuno que Kalaloo Soup. Otis fue el encargado de prepararla. Se trata de una sopa de tubérculos, hojas silvestres y guineo verde. Desde la primera cucharada se me antojo ponerle limón. Ellos aturraron la cara. En efecto, el limón era el toque que le faltaba para mi gusto. De postre una fruta nunca probada: cacao.



Caminamos con Dexton hacia Georgetown, una vieja ciudad en la campiña vicentina donde se fundó la primera capital del país. El lugar también es famoso por el Black Point Tunnel construido en 1815 para facilitar el resguardo y traslado de azúcar. En las playas de Georgetown además se filmaron algunas escenas de la película Piratas del Caribe.

Vi gente cultivando en pequeños huertos y una escuela grande y bien equipada. Mientras esperábamos el microbús para regresar, nos acercamos a dos vicentinas para hacer plática. Les dije que quería aprender a bailar Soca, la música popular de la isla, y ellas me dijeron que me enseñaban, pero que antes querían ver mis movimientos.

Me hice un poco el difícil para aumentar su expectativa. Cuando les bailé se carcajearon y me dijeron que tengo madera para los carnavales que cada viernes hay en las calles de Georgetown. "No dejes de traerlo", le dijeron a Dexton.



El día siguiente nos preparamos para ir a La Sofriere, el único volcán que hay en San Vicente. El punto más alto del país con sus 1,234 msnm. Para mi sorpresa, además de Dexton, nos acompañaría Venet, Din, Jam, Tuana y la pequeña Yoyo. Toda una excursión familiar.

Los primeros seis kilómetros fueron sobre una calle pavimentada y con un calor sofocante. En cada descanso, Dexton, Din, Jam y yo nos tomábamos un trago de vodka para refrescar la garganta. "De boca" cogíamos alguna fruta del camino. Yo preguntaba sobre cada uno de los tantos cultivos que miraba: papas, cebollas, plátanos, tubérculos…



Llegamos a una caseta y a partir de ahí el camino se hizo más amigable, veredas bien cuidadas y bosque. Me gustó mucho ver como utilizan el bambú como barrera para que el sendero se mantenga alineado.

El cansancio nos obligaba a parar. La pequeña Yoyo se durmió y Jam la amarró con una camisa en su espalda. “Herencia africana”, me dijo Din mientras ayudábamos con el amarre. Encontramos un río seco donde decidimos almorzar. El menú era carne enlatada y pan. Yo saqué tortillas para tacos y maní. De tomar: otro vodka.

Al emprender camino me acerqué a Yoyo y le extendí mis brazos. Ella los levantó y yo la pude cargar. Ya había pedido cargarla pero ella se negaba. Esta vez quizá me confundió y ya en mis brazos no pudo más que recostarse sobre mi pecho para no verme.

En otro río seco, encontramos a cuatro hombres descansando. Los cuatro misteriosos nos alcanzaron en la cima del volcán minutos después. Se trata de cuidadores de plantas de marihuana. Viven en el volcán y están armados.



La Sofriere es un volcán activo que tuvo su última actividad en 1979. La vista desde la cima le explica a locales y extranjeros lo pequeña que es la isla de San Vicente. Casi desde cualquier punto se puede ver el mar Caribe o el océano Atlántico rodeando la tierra.

Dexton me ha dicho que “everybody miss Dudu in the countryside” y que cuando quiera regresar que solo le avise. Seguro que me voy un viernes de estos para bailar Soca, pero esa ya es otra historia.