lunes, 3 de julio de 2017

La milpa

Maíz es una palabra caprichosa, aguda tildada que no termina en “n” o “s”. Base alimenticia de Mesoamérica. Mis familiares y vecinos hacen milpas. Cultivan maíz como muchos en la campiña cuzcatleca.

Siempre vi con desgano el oficio de sembrar y cuidar esas matas. Se me hacía titánico el esfuerzo para sacar aquellos granos. Tanta mística, tanto riesgo ¡qué pereza! De cipote nunca me tocó hacer milpa y me quedé solo viendo.

Me sentía con ese pendientito, el de ponerme hacer una milpita por mi cuenta.

Ahora en Tamarindo casa sustentable la cosa es diferente. Hoy, al iniciar mi año 36, me he puesto a cultivar maíz. Es mi primera vez.

Tengo desde hace unos días una relación de trabajo con mi milpa. Ahí les voy:

A la fecha he invertido unos $30 entre semilla, abono y veneno

“El hombre a la vera de su milpa enmudece e inconscientemente sus labios se mueven con blancura, musitando una oración”. Jaraguá, Napoleón Rodríguez Ruíz.

El año pasado pensé que no estaba listo para embarcarme en semejante proyecto. Estaba inseguro. Me daba gueba hacerlo mal así que ni lo intenté. Pero la chispa de ponerme a sacarle comida a la tierra se quedó en mi cabeza desde entonces.

Este año no había vuelta de hoja. Se acabaron los motivos para tener miedo. Hay que asesorarse, pensé. Y resulta que en esto todos tienen sus propias opiniones. Como las pupuseras: cada cual haciendo pupusas a su modo y todas pensando que las suyas son las mejores.

He escuchado a muchos vecinos, amigos y familiares y he concluido que debo moverme al ritmo de mi propia milpa y no de experiencias ajenas. Con mis conocimientos y criterios. Siendo coherente con cada situación.

Propuse hacerla fifty – fifty con alguien pero no cuajo nada. Entonces me aventé y me puse hacerla yo solo, chis.

Al lado norte de mi casa un terreno propiedad de mi hermano estaba a mi plena disposición. Comencé limpiando el espacio, pepenando basura y haciendo barreras de maleza.

Esto último me lo recomendó un vecino. Ese monte al podrirse se convierte en abono y retiene los nutrientes. Demoré tres días preparando aquel solar que mide poco más de un cuarto de manzana. Ok el terreno está listo. Hora de sembrar.

Aunque. Momento. Qué ondas la luna. Sí, la luna, en qué etapa se encuentra. Como todo lunático y creyente de semejante astro esperé la llegada de la luna nueva.

El día de la siembra me levanté muy contento. Tenía la tierra lista, un chuzo para estrenar y cuatro libras de maíz elotero rosaditas de veneno.

Mientras sembraba pensando que no me iba a alcanzar la mañana mi vecino llegó para convidarme a una reunión referente a un puente para la comunidad. El encuentro con el concejo municipal era aquella misma tarde y el bondadoso de don Kike se puso ayudarme para que no tuviera atrasos y los pudiera acompañar.

Aquello fue como tomar un curso intensivo de introducción a la milpa. Platicamos de los surcos y la importancia de su buena alineación, de abonos, de plagas, venenos… entre plática y plática no sentí cuando ya habíamos terminado la siembra. A mí solo me habría tocado el triple de trabajo. Suerte de principiante.

Dibujo de un sembrador en parada de autobús de Ilobasco.

La lluvia cayó recio los siguientes tres días. Desde mi cama la escuchaba regando la milpa que pronto me sorprendería con el nacimiento de las matas. Y así fue, una semana después del suelo surgieron cientos de matitas de maíz pero a su vez un sinnúmero de otras matas, maleza que comenzó a inundar con su verdura a la milpa tierna.

      - Bueno y que le pasó, que no echó veneno
      - Fíjese que no porque no me gustan esos químicos. La voy a deshierbar con la cuma
      - Ah bueno… (con cara de pobre de éste inocente que no sabe de nada)

En dos días de intensa batalla desraizando la maleza tenía apenas cuatro de 20 surcos limpios y la espalda hecha añicos. El milpeante de al lado caminaba cómodamente con su mochila rociadora esparciendo el veneno para matar la mala hierba.

Realmente las gentes tenían razón. No es que no se pueda hacer una milpa sin venenos pero hay que dejar el cuero en ello.

Aquel monte crecía como adolescente y me estaba ahorcando la milpa. Necesita actuar. De lo contrario habría perdido tiempo y dinero. Habría sido como aventar un puñado de coras al zarzal.

Me limpié el sudor y me fui a comprar la fumigadora. Hice una inversión que juzgué necesaria. Compré un veneno que eliminó todas las matas de hoja ancha y dejó intactas las de maíz. Caí en el círculo vicioso de los venenos químicos y salvé la milpa.

La breña dejó de crecer y se fue marchitando eso me dio tiempo y ánimos para deshierbarla con calma. Superado este apuro me puse abonar.

La lluvia se negó a caer en Cabañas por una semana y eso afectaba mi siembra que necesitaba de la humedad esencial para poner a trabajar el abono.

Las aguas finalmente descendieron y bañaron el cultivo que agradecido mostro su mejor verde y su fortaleza en los tallos.

- Va bonita la milpa don Eduardo
- Sí, parece que vamos a comer elotes
- Primeramente Dios que sí

Ahora las matas tienen al menos un metro de altura, en un mes pienso que ya tendré elotes.

Esta vida de agricultor en pequeño me está enseñando muchas cosas que la mayoría en el campo aprende en la infancia. Me está enseñando lo que no aprendí en la U. A veces subvaloramos el trabajo de los demás ignorando la naturaleza del oficio.

Yo no sé cuántos elotes me voy a comer o si voy a salir bien librado de otra plaga o de alguna tormenta. Sé que con la milpa la escuela de la vida me está enseñando paciencia, disciplina, humildad y a saber cuántas cosas más.

Acabo de abonar por segunda vez la milpa y tengo una mochila rociadora por si alguna plaga o mala hierba se vuelve incontrolable.

Me siento preparado y orgulloso. Mis ojos se alegran al ver la milpa, enmudezco y mis labios se mueven con blancura como dijo don Napo.

Hay vienen a la atolada gentes