Aprender a vivir no es algo que te enseñen en la escuela, tampoco es tarea de tus padres y ni te imagines un manual con instrucciones. Se aprende con el tiempo, con los triunfos y fracasos. Con los que te rodean. Aprender a vivir depende más bien de decisiones. Aprendiendo.
Aprendiendo. |
Estoy tratando de escribir al menos un post por mes desde que inició el 2014. Con suerte lo mantengo, así que ¡aquí va el séptimo! Escribo frente al mar de Bahía donde disfruto uno de los mejores regalos que he podido darme en la vida.
Antiguo puerto de las balsas, Itacaré. |
Mi equipaje son una mochila de 36 litros y un
maletín donde cargo este pesado computador. Pero bien que lo traigo, que si no,
no conseguía picotear estas letras. No es mucho peso, me consolé.
Antes de salir compré un mosquitero, sin saber
lo tanto que me iba a servir; y aun así, al menos 50 bichos me han picoteado
entre la muñeca y los dedos. También compré lo necesario para hacerme un
macarrón. Una de las instrucciones antes de llegar era: “Usted es responsable
por su comida”.
Me salió una nueva maletica que ya con 1.5 litros de agua me
pesaba unas 12 libras. Allá va aquel valiente, como burrito de carga, hacia un
lugar desconocido. Dispuesto a caminar por una playa sin saber el oleaje y bajo
el ardiente sol del mediodía. Quién dijo miedo.
- Bom día senhor, voce pode me
atrevessar o rio?
- Posso
Una vez frente al mar y una playa infinita, me
amarré bien la mochila, me descalcé y comencé andar. Canté, grité, corrí… nadie
podía oírme o espiarme. Me reí.
Seguí caminando y al cabo de 10 minutos comenzó
a atacarme el sudor, el dolor de espalda, el agotamiento... El peso era de más
y la maletica incomoda. Paré. Descansé. Me dije loco y me sentí triste.
Aguebado.
Como en otras ocasiones, agarré valor de donde
pude y me levanté. No era para tanto. Caminé, caminé y caminé. Quería avanzar
una buena parte, así que continué y aunque no aguantaba el cansancio me decía a
mí mismo “dale un poco más”.
Después de una hora sin detenerme logré ver
gente. Me alivié. Al mismo tiempo encontré una palmera y caí tumbado. Dos
jovencitas en bikini se acercaron. Me les lancé y pregunté si acaso sabían
dónde era Piracanga.
- É aí mesmo, depois daquelas pessoas na praia
- Muito obrigado
Desde la playa, la eco aldea me pareció un
exclusivo y lujoso hotel. Sin saber por dónde entrar, me fui acercando, atravesé
el río con las maletas alzadas, y aunque había mucha gente, nadie me dijo nada.
Atardecer. |
Hace unos 10 años, una líder espiritual soñó
con Piracanga y emprendió una búsqueda que la trajo hasta Itacaré, un pueblito
en la conocida como Costa del Cacao, en Bahía, Brasil. Desde entonces, los
Inkiry, quienes comparten el sueño, se instalaron en las arenosas propiedades.
Los Inkiry son ahora unas 50 almas, entre
ellos varios niños, y son el núcleo de este Centro para el Desarrollo Humano y
Eco-Vila. Tienen su propia escuela y universidad. Hay un Centro Holístico donde
ocurren las principales vivencias. Ahí también tiene lugar lo que vendría a ser
el parque, la iglesia, el mercado, un hotel, un restaurante y la oficina de la
comunidad.
Además de la tribu, aquí tienen su casa unas 50 personas más, ellos viven en
la Eco-Vila. Estas personas no forman parte de la tribu pero comparten su
visión de mundo y su modo de convivencia.
Sus constantes visitantes, que llegan para
realizar cursos, retiros o voluntariado, son también alrededor de 50. Esto deja
una media de 150 personas interactuando en este pedazo de paraíso.
Maíra, Sandra, Alexandre, Lú, Yo, Pedro, Santi, Rosa y Thomas. |
En mi caso, por las mañanas hago Permacultura
y por las tardes soy ayudante de carpintero. También podría trabajar como chef
o como artista. Ya lo hice, pero preferí plantar y oler madera.
La cocina de nuestra casa es vegana y tiene muchos
sabores, entre ellos el salvadoreño. Mis compañeros se derriten con la sopa de
frijoles y los frijoles fritos.
Casa comunitaria de la Escuela de Servicio. |
Mi rutina aquí es acordar y caminar en
silencio hacia la oca del yoga, luego correr por la playa recibiendo los
primeros rayos del sol y entrar chulón en las tibias aguas.
Después del desayuno de los campeones me voy al trabajo, a divertirme con la tierra. Sonriente y con ganas. Por las tardes, después de la respectiva siesta o lectura, juego un poco con madera, lijas y barniz.
En las noches siempre hay acción. Conciertos,
bailes, conferencias, diversos tipos de vivencias. Yo incluso estoy en un club
donde hacemos música con objetos.
Me voy a la cama a las nueve, duermo tranquilo
y descanso. Aquí son tres horas antes que en El Salvador; es decir, que cuando
aquí van a ser las nueve, allá van a ser las seis. Es algo que no me saco de la
cabeza. Quizá porque se acerca mi regreso. Por la añoranza a mi paisito.
Arnaldo Antunes en vivo |