Simón José Antonio de la Santísima
Trinidad Bolívar y Palacios nació a finales del siglo XVIII entre la aristocracia
caraqueña. Aunque descendiente de inmigrantes españoles se reveló frente al
imperio durante unos 20 años y fue artífice de la independencia de lo que hoy es Colombia,
Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú y Panamá.
No soy historiador y espero no errar
tanto en este post. Pero es que leer el relato de Gabo me inspiró a sumergirme
en acontecimientos heróicos e imaginar escenas de hace 200 años que sin el trabajo
del genio Márquez sería imposible concebir.
Hubiera podido escribir algo más
actual pero aquí trabajo a placer y me rigen agendas cotidianas. Hubiera
escrito sobre el mundial de fútbol Rusia 2018 o sobre empleados públicos que van
a esos eventos a cumplir sueños provincianos. Quiero escribir sobre alguien que
la historia señala con gallardía, no sobre funcionarios que serán recordados
por mediocres.
De niño Bolívar fue un huérfano con servidumbre
y en la escuela no era muy brillante, esto último cambió de adolescente cuando
uno de sus profesores fue Andrés Bello. A los 16 se fue a estudiar a España y a
los 19 se matrimonió por aquellas tierras con una tal Teresa. Regresó a Venezuela con su esposa,
pero unos meses después enviudó debido a la fiebre amarilla. Juró no volverse a
casar.
Regresa a Europa, a París, donde su tristeza es
encausada a la libertad de su patria. Tres años después, en América, se unió
a la causa revolucionaria. Durante su “campaña admirable” las autoridades de
los poblados por donde pasaba huían ante su eminente llegada.
Manuela Sáenz, gran amor de Bolívar. "En los preámbulos del amor ningún error es corregible" |
El libro retoma este personaje en su última
fase. La gente lo quería mantener en el poder, en la lucha, pero él está ya cansado y se dirige a un retiro voluntario hacia Europa. Sin embargo, no logra
nunca embarcarse y la muerte lo alcanza, debido supuestamente a la tuberculosis,
a la temprana edad de 47 años.
El viaje lo hace desde Bogotá hasta
Santa Marta (Colombia), principalmente en barco, sobre el río Magdalena,
desembarcando en algunos poblados. El hombre está acabado y la gente murmura
cuando pasa: “El tiempo que le queda le alcanzará a duras penas para llegar a
la tumba”.
Él desborda carisma y admiración a
donde llega, a pesar de su decrepita apariencia. “La inteligencia de su corazón
le había enseñado la inutilidad de la gloria”.
Siempre tuvo sirvientes a su disposición,
pero para algunas cosas era imposible que se dejara ayudar a pesar de los
inconvenientes. Disimulaba su enfermedad y no se dejaba ver por doctores. “La vocación
es hija legítima de la necesidad”, se decía. Lo deprimía el desconsuelo de que todo
lo suyo se convertiría en mercancía de ocasión.
De principio a fin lo vemos como
moribundo, como un necio que apacigua sus fiebres y demonios en una hamaca. El
menudo ejército que le acompaña está igual de desmoralizado y jodido.
Es como si durante toda la lectura
estamos esperando la defunción del general que en sus ultimas horas se pregunta "cómo carajos va a salir de este laberinto".
Postdata: Por su voluntad sus restos fueron
trasladados a Venezuela donde en 2010 el finado Hugo Chávez ordenó una exhumación.