jueves, 12 de julio de 2018

Bolívar

Este mes les traigo una nueva recomendación de libro: El general en su laberinto, del gran Gabriel García Márquez. Esta novela histórica me ha enseñado todo lo que sé sobre Simón Bolívar, el libertador de medio Suramérica. Lo vemos en 1830 durante su último viaje, por el río Magdalena, huyendo de su laberinto.




Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios nació a finales del siglo XVIII entre la aristocracia caraqueña. Aunque descendiente de inmigrantes españoles se reveló frente al imperio durante unos 20 años y fue artífice de la independencia de lo que hoy es Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú y Panamá.  
No soy historiador y espero no errar tanto en este post. Pero es que leer el relato de Gabo me inspiró a sumergirme en acontecimientos heróicos e imaginar escenas de hace 200 años que sin el trabajo del genio Márquez sería imposible concebir.   
Hubiera podido escribir algo más actual pero aquí trabajo a placer y me rigen agendas cotidianas. Hubiera escrito sobre el mundial de fútbol Rusia 2018 o sobre empleados públicos que van a esos eventos a cumplir sueños provincianos. Quiero escribir sobre alguien que la historia señala con gallardía, no sobre funcionarios que serán recordados por mediocres.
De niño Bolívar fue un huérfano con servidumbre y en la escuela no era muy brillante, esto último cambió de adolescente cuando uno de sus profesores fue Andrés Bello. A los 16 se fue a estudiar a España y a los 19 se matrimonió por aquellas tierras con una tal Teresa. Regresó a Venezuela con su esposa, pero unos meses después enviudó debido a la fiebre amarilla. Juró no volverse a casar.
Regresa a Europa, a París, donde su tristeza es encausada a la libertad de su patria. Tres años después, en América, se unió a la causa revolucionaria. Durante su “campaña admirable” las autoridades de los poblados por donde pasaba huían ante su eminente llegada.

Manuela Sáenz, gran amor de Bolívar.
"En los preámbulos del amor ningún error es corregible"

El libro retoma este personaje en su última fase. La gente lo quería mantener en el poder, en la lucha, pero él está ya cansado y se dirige a un retiro voluntario hacia Europa. Sin embargo, no logra nunca embarcarse y la muerte lo alcanza, debido supuestamente a la tuberculosis, a la temprana edad de 47 años.  
El viaje lo hace desde Bogotá hasta Santa Marta (Colombia), principalmente en barco, sobre el río Magdalena, desembarcando en algunos poblados. El hombre está acabado y la gente murmura cuando pasa: “El tiempo que le queda le alcanzará a duras penas para llegar a la tumba”.
Él desborda carisma y admiración a donde llega, a pesar de su decrepita apariencia. “La inteligencia de su corazón le había enseñado la inutilidad de la gloria”.
Siempre tuvo sirvientes a su disposición, pero para algunas cosas era imposible que se dejara ayudar a pesar de los inconvenientes. Disimulaba su enfermedad y no se dejaba ver por doctores. “La vocación es hija legítima de la necesidad”, se decía. Lo deprimía el desconsuelo de que todo lo suyo se convertiría en mercancía de ocasión.
De principio a fin lo vemos como moribundo, como un necio que apacigua sus fiebres y demonios en una hamaca. El menudo ejército que le acompaña está igual de desmoralizado y jodido.
Es como si durante toda la lectura estamos esperando la defunción del general que en sus ultimas horas se pregunta "cómo carajos va a salir de este laberinto".
Postdata: Por su voluntad sus restos fueron trasladados a Venezuela donde en 2010 el finado Hugo Chávez ordenó una exhumación.