El aire sopla caliente en horas del mediodía, es un ambiente húmedo con olor a estiércol de ganado, olor a monte. Un calor que se sofoca mejor bajo la sombra de un árbol, ahí mismo donde se refugian los pastores para vigilar su manada. Ahí en ese potrero y debajo de ese árbol habita el Quijote de la Antena. Esta es su historia.
Gracias a mi primo Renacho por el préstamo. |
He vuelto a escribir un post para este blog después de un
año sin noticias. A todos mis lectores les doy el consuelo de saber que la
ausencia se debió a la parranda, a la vida pues. Simplemente me decidí dejar de
escribir un tiempo y luego volver para ver que resulta, así que aquí estoy. ¡He
regresado!
Hay muchas cosas que contar, en este reinicio quiero
compartirles mis opiniones sobre un clásico de la literatura como es “El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. He tenido la suerte de encontrar
una edición española de la editorial Alfredo Ortells, S.L. El Quijote de la
Mancha es uno de los títulos de la colección Clásicos de la Juventud publicada
en 1985.
Nunca había leído Don Quijote porque las ediciones que se me
presentaban no me convencían, así de exigente estoy como lector. Cuando vi este
libro y me lo ofrecieron para llevar a mi casa mi corazón fue feliz porque
finalmente iba a conocer de primera mano semejante historia.
Este que leí es un libro apegado a lo que publicó Miguel de
Cervantes Saavedra en 1605. Escrito de una manera un poco difícil de entender,
aun para un hablante de español nativo. El libro es fiel a las formas, a veces
caprichosas, que tenía el idioma hace más de 400 años.
La lectura es entonces, al menos para mí, lenta porque hay
que releer para entender. Sin embargo, la lectura cotidiana hace que se agilice
la historia y se nos haga familiar el estilo del autor. Cada vez que abría el
libro se abría también un universo, esa dimensión donde existió el caballero
andante que fue Don Quijote.
La novela cuenta la historia de Alonso Quijano quien se
considera a sí mismo el último caballero andante sobre la tierra. Su misión es
proteger a las doncellas y desvalidos que pueda encontrar a su paso, porque
siempre está recorriendo el mundo. A su lado va su fiel escudero Sancho Panza a
quien su amo le ha prometido ser gobernador de algún reino que conquisten en el
camino.
En la imaginación del hidalgo, los molinos son dragones y
los presos personas que hay q poner en libertad. Una campesina regordeta es su amada
Dulcinea, la mujer más bella que la mente humana pueda imaginar. Estas
alucinaciones hacen que ambos se metan en problemas de los que siempre salen
con algún moretón o un buen susto.
Se presume que Don Quijote habría perdido el juicio debido a
su obsesivo gusto por los libros de caballerías que acumulaba y releía en su casa.
Y hasta aquí voy a dejar esta reseña para picarlos y que se atrevan a leer
el Quijote, esperen una edición buena como hice yo, no se van arrepentir.
Ahora voy con la historia del inicio, la del Quijote de la
Antena: aquí donde vivo estoy rodeado de potreros donde pernoctan
principalmente vacas, pero también algunos caballos y cabras.
Mis vecinos tienen animales de granja pero no un lugar
propio para tenerlos y entonces utilizan estos potreros baldíos donde vigilan
los animales y los mueven de lugar de vez en cuando. Son pastores pues.
Desde antes que yo viniera aquí esa era la situación y así
seguirá siendo mientras la zona no se urbanice. Estoy acostumbrado a que a
veces una vaca muja frente a mi puerta. No tengo mayores problemas con eso, al
contrario, compro leche de esas vacas y me interesa conocer al dueño de los
caballos para que me preste uno y aprender a montar.
Hace más de 10 años, cuando “Tamarindo, casa sustentable”
existía solo en mi cabeza, solía descansar al mediodía y al final de la jornada
bajo la sombra de un árbol. Aprovechaba esos momentos siempre para leer porque
me parecía extraño estar en medio del potrero sin hacer nada, sin vacas que
vigilar. Así que leía plácidamente a veces hasta dos horas seguidas.
La gente comenzó a sospechar y a murmurar pero terminaron
acostumbrándose a verme ahí echado leyendo. A penas me saludaban, no tenían
idea de quien era yo o por qué había aparecido de pronto en su potrero. Parecía
que tenían pena de buscarme plática. De mi parte leía más a gusto ante aquella
sospechosa indiferencia.
Un día, uno de los pastores decidió hablarme. Era la
primera persona que se dirigía directamente a mí después de unos 15 días de
verme por su territorio. Se trataba de un hombre seco de carnes, de más de 60
años, con una nariz grande y torcida, vestido con botas y sombrero.
No me preguntó quién era yo o a qué me dedicaba. Sus
inquietudes parecían estar centradas en mi hábito lector. Después de varios
rodeos me preguntó finalmente por qué leía tanto.
“Me gusta”, le respondí. “Me entretengo leyendo estas
historias”. Mi respuesta no le satisfizo y una sonrisa burlona se dibujó en su
desdentada boca. Luego me dijo algo que jamás había oído: “leer no es un buen
hábito, no es bueno para la mente”. ¿Cómo?
Comenzamos entonces a debatir al respecto, al principio
pensé que su argumento era el esfuerzo visual pero no, a él le parecía que nada
bueno se podía ganar leyendo y que al contrario muchas personas “han quedado
locas por tanto leer”.
Cuando dijo esto pensé inmediatamente en el Quijote de
Cervantes, libro que no había leído pero del cual conocía el argumento central:
el hombre apasionado por los libros de caballerías que enloquece y sale en
busca de aventuras.
Ver a mi vecino en su traje de ganadero y su narizota me
hizo reír. “Tiene razón, eso le pasa a don Quijote de la Macha”, le conté. Ver
que finalmente coincidíamos en algo apaciguó nuestra charla y la volvió más
cordial.
Le dije quién era yo y la idea que tenía de construir
una casa sustentable. Él hizo como que me entendía pero en sus ojos yo leía
“este ya quedo loco como ese mentado don Quijote”. Desde entonces somos muy
buenos amigos con don Toño, también conocido como “Papita”, desde entonces es
para mí “El Quijote de la Antena”.