En las serranías de Victoria, donde comienzan las honduras de Lempira, un año más acaba de terminar. Estamos justo en la mitad del siglo XX; va a comenzar el año 1951. Unos pocos cohetes de vara se dejaron oír en las navidades y hoy que se acaba el año son aún menos.
A la nía Lola poco le alegran las fiestas, se encuentra más
bien cansada debido a los nueve meses de gestación del que será su tercer hijo.
Se trata del primer varón en la familia Portillo Mejía pero ni ella ni su
marido lo saben. Lo que sí sabe la madre es que está a punto de parir. Lo
presiente.
David Portillo (1951 - 1997) |
Nace entonces mi papá un dos de enero de 1951. Luego de
sobrevivir, en su etapa de bebé, a los primeros sustos de la vida; el niño se
desarrolló en la campiña salvadoreña rodeado de vegetación y animales
domésticos.
En su niñez y juventud se destacó como estudiante, obtuvo su
título de bachiller y luego el de técnico agrónomo. Trabajaba como funcionario
gubernamental en las oficinas locales del ministerio de agricultura y
ganadería.
Nótese mi felicidad y negrura jajaja |
Recuerdo emocionarme al oír el motor de la moto. Gozaba que
me permitiera subir y que me llevara hasta el interior de la casa ese último
tramo. Mi papá me revisaba los cuadernos y me preguntaba cosas serias. Pienso
que quería conocer mi opinión al respecto.
Crecí tomando leche de vaca cruda, ordeñada por mi papá,
quien me daba un vaso con café Listo, yo metía el vaso debajo del ubre de la vaca y los chorros
caían adentro y afuera.
Adentro formaban espuma y se desprendía un aroma tibio con
olor a madre, un aroma que se antojaba en ayunas. Leche de vaca cruda con café
Listo era mi desayuno cuando amanecía en el corral junto a mi papá y sus vacas.
Son pocos pero muy claros y vivos los recuerdos que tengo
con mi papi. Le pedía que me despertara para levantarme con él a ordeñar, algo
que nunca aprendí a pesar de estar rodeado de vacas toda mi infancia.
Él me dejaba dormir y yo le reclamaba. En la noche
nuevamente le pedía que me despertara, que me tapara la nariz o me echara un
poquito de agua helada en la cara para levantarme. No creí que lo hiciera pero
hizo ambas cosas. Ahora yo no tenía como reclamarle, él solo había cumplido mi
petición.
Mis padres se separaron cuando yo tenía 13 años. Con mis
hermanos nos quedamos bajo la custodia de mi madre así que a mi papá lo
visitábamos solo de vez en cuando. Yo no perdía oportunidad para estar con él,
me gustaba hacerle compañía porque pensaba que se sentía solo.
Hasta le cocinaba y al preguntarle qué le parecía la sopa
que tanto me había costado hacer él me respondía “pior es nada”. Ahora me río y
pienso que nunca me ofendió con esos comentarios, en realidad aquella sopa era
eso, un pior es nada.
Yo estaba feliz de servirlo y de saber que su comentario era
sincero. Los domingos nos despedíamos y le prometía volver el otro fin de
semana. Eso duró dos años.
En septiembre de 1997 yo tenía 15 años y estaba emocionado
por correr la antorcha. Ese año sin embargo mi papá la estaba pasando mal y
tuvo que ser hospitalizado. El día 12 falleció de manera sorpresiva a la
temprana edad de 46 años.
Dicen que en el hospital incluso estuvo bromeando con las
enfermeras, les ofreció que al salir de ahí iba a conseguir unas gallinas para
agradecer sus atenciones con una sopa.
Fue difícil comprender su muerte, sigue siendo difícil
asimilar su falta aun cuando han pasado 24 años. En mi juventud y adultez carecí
de esa figura paterna, sin duda hubiera querido saber su opinión sobre tantas
decisiones que uno toma en la vida.