Papá y Mamá se habían esforzado en aquella obra y aquel día finalmente dejábamos la quinta de la abuela.
Mamá arregló nuestras hilachitas en bultos que nosotros nos alzamos al lomo. Parecíamos vendedores de cobijas chapinas, pero en versión cipotillos de 3 y 5 años.
Nos mudamos carcajeándonos.
Junto a mi hermano Jaime. Foto tomada en junio de 1985. |
Una vez, en la escuela, me caí en un charco. El lodo me llegó hasta las fosas nasales.
De campeón, pensé que no había problema y me fui a meter al aula. Ya me había lavado la cara, chis. La profesora cuando me vio aturró la cara y me mandó a bañar inmediatamente.
Cuando regresaba a casa con los colochos embadurnados chillé de bravo. La gente se reía al ver al niño llenó de lodo y lágrimas.
Un 24 de diciembre mi primera cuñada hizo que besara a su hermana.
Con mi novia teníamos 8 meses de andar y nunca, pero nunca nos habíamos besado. No sabíamos cómo, nos daba miedo.
Mi cuñada nos mandó para el parque Cabañas. Ahí frente al pueblo le dije a mi primera novia: “Mirá tenés algo aquí”, le agarré la quijada y nos besamos.
Recuerdo la dulzura de aquel beso y los cohetes de vara sonando ¡PUM! ¡PUM! Feliz Navidad.
Dicen que recordar es volver a vivir. A mí se me dibuja una sonrisa en la cara cuando me acuerdo de cosas como estas. Cosas que pasaron hace ya mucho tiempo.
No pude celebrar mis 30 en la casita de adobes. Lo que estoy por terminar es un BAÑO SECO sobre el que escribiré en mi próximo post.
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