Amanecer de hoy 03-03-2017 |
La idea anterior no es mía, es de mi tocayo español Eduardo Mendoza. Se la leí en “La ciudad de los prodigios” que recientemente me regaló mi mamá. La retomo aquí porque me viene como anillo en trompa de cuche para lo que quiero escribir: el cuento de la cerca viva.
Hace cinco años cuando comencé a
trabajar en La antena. Es decir a trabajar por mi cuenta, en Tamarindo, mi proyecto de vida, que a unos divierte y a otros llena de
orgullo. De lo primero que me toco hacer fue una cerca.
Una demarcación de terreno. Casi media
manzana. Cómo delimitar ese espacio. Mi espacio. Con qué. A mí nunca me han
gustado los muros, pior los de concreto, por eso es que la idea del tío Trump no
me llega en absoluto.
Encuentro feo cuando veo escuelas
cercadas con bloques de cemento y encima alambre razor. Quedan pareciendo
penales y no centros de estudio para crianzas.
Sé que en paisitos como el
nuestro este tipo de construcciones se hace por seguridad, sin embargo para mí,
que me digo en un proceso de desprendimiento de lo material, esa preocupación
quedaba en segundo plano.
“Tal vez más adelante”, pensé, pero ahora estoy
seguro que no voy a invertir en semejante obra.
Wild Passion Fruit |
Lo que hice fue una cerca viva,
un cerco que se fortalece con el tiempo. Un muro que demanda trabajo todos los
años. No es un montón de concreto muerto el que me rodea. Son árboles,
arbustos, charrales y otras plantas vivas que crecen, dan frutos, mueren y
renacen.
Son además el hogar de aves,
cherenqueques, arañas… Todos parte de la misma naturaleza. Todos necesarios y combinados.
Este tipo de cerco se rige bajo
los principios de la permacultura que significa agricultura permanente. Cambia
su rostro con el tiempo y con cada época del año. En la época de lluvia es
verde y frondoso, cuando para de llover el follaje se seca y cae. Con el tiempo
esa materia vegetal se convierte en abono. Se transforma. Regresa a la planta.
A un nuevo ciclo.
Mi cerca tiene cinco años y usé la
vegetación propia de la zona, como debe ser. En los cerros de Cabañas, donde
vivo, la temperatura es templada. No hace frio como en Ataco y tampoco hierve
como en La Unión. No es Vermont y tampoco Bahía.
Aquí abundan los jiotes,
tempates, pitos, izotes, piñal… todas estas plantas además de formar un cerco dan
alimentos o tienen alguna utilidad.
De los jiotes hacen cruces en mayo, la leche del
tempate es buena para el fuego labial, de los pitos se hacen tortitas y se
echan en la sopa -además de ser un excelente somnífero natural-, el izote nos
da la flor nacional que es deliciosa y el piñal merece un párrafo aparte.
Nido de tortolitas |
Es fabuloso. Como cerco se tupe cuando
va echando los hijos, no hay chucho que no lo piense antes de intentar entrar.
Como alimento puede darnos tres variantes. Si cortamos y pelamos un hijo de
piña tierno a eso se le llama polla. Luego hay un momento que la mata de piña
se pone colorada del centro, se trata del fruto recién nacido al que le decimos motate.
Ambos son buenísimos en sopa o
guisados. Son tan gourmet como el palmito, un tallo comestible que tienen
algunas palmas y que venden envinagrado en los supermercados como a $7 el bote.
Si se deja la polla en la mata con el tiempo se
convierte en piñuela. Salvadoreño que se respeta conoce el atol de piñuela y no
me dejara mentir que es rerico y esquisioso.
La vida en el piñal |
La sabiduría popular y tradición
oral dictan que es el tiempo adecuado.
Pues bueno, estoy en esas labores, y después de
cinco años siento una gran satisfacción de haber adquirido este conocimiento y
poder compartir.
Los nuevos jiotes esperando ser plantados |