jueves, 27 de octubre de 2022

Tunasmil

Cultivar maíz es una herencia ancestral, un lujo que me doy en este tiempo que vivimos sometidos a nuestros aparatos de dominación. Es precisamente ahí, en tu celular, donde me estás leyendo ahora, al alcance de tus manos y a un solo clic, cuando ocurre el milagro de conectarnos. En tal situación, quiero compartir contigo estas líneas a través de la pantallita, te voy a hablar sobre la milpa, no la primera sino la segunda, el tunasmil.

En la destuzación

He estado comiendo tortillas hechas con el maíz que yo mismo cultivé. Cuántos allá afuera pueden darse este lujo. Fui protagonista durante todo el proceso y ahora finalmente puedo partir la tortilla humeante y acompañarla con cualquier “con qué”.

El maíz es alimento básico en la dieta salvadoreña. Un par de tortillas son infaltables en el almuerzo, el maíz es además el rey en los antojitos típicos.

Ya en otra ocasión les conté sobre la milpa, lo de hoy es pues una ampliación de aquello. Y es que normalmente se puede cultivar maíz dos veces durante el mismo invierno, o mejor dicho durante los seis meses de época lluviosa que se registran anualmente en el país. Cada periodo dura tres meses, el primero va de mayo a julio y el segundo de agosto a octubre.

Yo hacía milpa una sola vez, en el primer turno y me gustaba terminármela en elote para acabar ahí la hazaña. Vender los elotes y el zacate, evitar la dobla, la tapisca, destusar, desgranar, almacenar…

Sin embargo, desde el año pasado mi suegro se empeña es repetir todo el trabajo, “aunque sea un poquito”, para poder comer elotes también en octubre. Este año no logré vender elotes, así que además del tunasmil tengo harto maíz para comer y para las gallinas. Es mucho trabajo pero también mucha satisfacción.

Cupertino se llama el papá de mi esposa y tiene 81 años, cuando yo nací él tenía mi edad actual (40). Don Cuper se escapó de la casa de su padre cuando tenía 16 porque sintió que dejaba la vida haciendo la milpa.

“Éramos tres hermanos trabajando para él”, me cuenta. Al no ver un beneficio claro a cambio de su trabajo se enlistó en el ejército pero luego prefirió un laburo más calmo como celador de cárceles hasta que se jubiló hace más de 30 años.

Es un señor inquieto y platicador. Se levanta temprano y siempre está traveseando. Cuando le dije que hiciéramos milpa juntos sus ojos se encendieron como llamas. La idea lo emocionó a pesar de que eso significaba regresar a lo que había renegado en su juventud. Desde la primera vez le ofrezco compartir los beneficios por partes iguales, no como su padre, pero él se niega y dice que solo quiere ayudar.  

El año pasado y este hemos trabajado hombro a hombro para que la milpa dé sus frutos. Él insistió con hacer tunasmil, la milpa de entre agosto y octubre, yo a pesar de mi desgano no tengo más opción que apoyarlo.

También hemos logrado ayotes

Sembramos tarde en agosto y como no manejamos bien el veneno nuevamente la milpa se nos llenó de monte y tuvimos que deshierbar a pura cuma, acurrucados y con el cuidado de no botar las matas. Le invertimos $15 más en abono y la milpita estaba lista para florear hasta que llegó Julia. Nos ha entristecido mucho que la depresión tropical nos derribara la mitad del trabajo.

Con don Cuper insistimos que hay que ser muy cuerudos y tercos para hacer la milpa, suspiramos y caemos agotados, “cuesta comer elotes”, me dice.

El tunasmil tiene mayores riesgos que la primera cosecha a causa de las lluvias. Normalmente porque se escasea el agua que cae del cielo, pero esta vez ha sido diferente, las matas cayeron al suelo por la fuerza de la naturaleza.

Nada de eso desanima al agricultor, el próximo año volveremos hacer la primera, la segunda y hasta frijolera como hace mi mamá. Repito que esto es hereditario, mi abuela mandaba hacer milpas y a  primera hora de la mañana se le veía paseando entre los surcos. “Hay que ir a verlas para que estén bonitas”, repetía.

Hacer milpa es como hacer pupusas, cada quien la hace a su manera buscando siempre el mejor resultado. Yo realmente lo disfruto y me siento orgulloso y satisfecho al hacerlo. Sé que sigo aprendiendo desde el primer día y me alegra ahora mucho más porque con mi sudor sustento a mi familia. Y sí, así de romántica es mi realidad campesina.

Ojalá que la vida me conceda hacer más milpas con don Cuper, ojalá que él siga insistiendo en hacer también tunasmil.