Vuelvo a este blog como a un refugio para escribir lo que pienso sin tapujos sobre algo, la mayoría de veces sobre lugares que visito. Hoy nuevamente llega el turno de un destino caribeño: la República Dominicana.
Claro que les voy hablar sobre las hermosas playas y sobre la historia de la llegada de Colón, pero también quiero platicarles sobre la discriminación y el racismo que percibí con sus hermanos haitianos.
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| Santo Domingo al amanecer desde Plaza Paseo 27. |
Anacaona tiene 15 años, es una jovencita taína que disfruta
la vida en su amado hogar: Quisqueya (madre de todas las tierras). La muchacha debe haber
estado pelando yucas cuando todos abrían grandes ojos con aquella novedad,
hombres blancos y vestidos, hediondos me imagino también, desembarcando de
tremendas naves. Se los imaginaron como seres sobrenaturales que engalanaban con su visita.
Se trataba nada más y nada menos que de don Cristoforo
Colombo. Era inicios de diciembre de 1492, debe haber sido en lo que hoy se
conoce como Puerto Plata, al norte del país y frente al mar Atlántico.
El asombro fue tal que los taínos les dieron la bienvenida. Algunos dudaban, como Anacaona que veía en los ojos de aquella gente más la ambición que la amistad.
Pero los navegantes llegaron para quedarse, ellos
habían encontrado lo que buscaban: el nuevo mundo. Al chile se instalaron en lo
que conocemos como La Española, la isla en el mar Caribe que comparten
Dominicana y Haití.
Aunque resistieron con honor, los taínos cayeron ante la pólvora de los invasores. La princesa Anacaona luchó incansable hasta el último segundo. Aquella raza valiente que sobrevivió fue esclavizada y obligada a trabajar en minas de oro. En apenas 40 años habrían desaparecido casi por completo a causa de la opresión, el trabajo forzado, el hambre y las enfermedades.
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| Monumento a los héroes de la Restauración en Santiago de los Caballeros |
Por su velocidad y omisión de letras el español dominicano
es, al menos para mí, difícil de entender. Había leído respecto a muchos aspectos de la isla antes de
mi llegada así que me sentí confiado al aterrizar. Su moneda oficial es el peso dominicano,
a la fecha que escribo se necesitan al menos 60 de esos para comprar un
dólar.
El país mide más de 48 mil kilómetros cuadrados y tiene
aproximadamente 14 millones de habitantes, si lo comparamos con El Salvador,
Dominicana es el doble tanto en territorio como en población. Solo Cuba es más
grande que Dominicana en todo el Caribe.
Su bandera parece pirata, una cruz blanca divide el rectángulo en cuatro, dos rojo bermellón y dos azul ultramar. Lleva en el centro la Biblia abierta y encima una cruz, y sí, poco más de la mitad de la población se dice católica.
Dominicana lleva el tema del catolicismo desde su origen. Colón habría elegido ese nombre en honor a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los Dominicos.
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| Catedral primada de América. |
Pero bueno, hablemos de playas, recordemos que este país
tiene costas tanto en el mar Caribe como en el océano Atlántico. Y sí, son
bonitas, el mar es calmo y la arena parda. El agua es tibia y un chin más salada que las aguas del Pacífico.
Las voy a enumerar desde la que menos me gustó hasta la que
más. Aunque debo decir que ninguna supera a la playa Princesa Margarita en Bequia,
una isla granadina en las Antillas menores.
Tuve mala suerte en Boca Chica, la playa más popular de Santo Domingo. Llegué en día de sargazo, una alga marina que se
reproduce sin control e inunda las playas de materia marrón. Sin embargo la
playa me demostró que tiene su encanto. Por la tarde se estaba llenando de
vida.
La última playa que visité fue Las Terrenas, en la península
de Samaná, encontré un mar sabroso que me permitió nadar al son de sus olas.
Diez de diez para Las Terrrenas, recomendada por al menos cinco dominicanos. No
falló pero tampoco fue mi favorita.
Las más bonitas en cuanto a aguas cristalinas fueron las de Puerto Plata. Cabarete era mi destino desde antes de salir y no decepcionó para nada. Pero en Sosúa nadé con los peces y eso no tiene nada que lo pueda superar.
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| Por si
están con la duda a Punta Cana no fui y no me hizo falta. |
Puedo decir que en Dominicana gocé del mar, que es lo que
quería. Mientras disfrutaba también pude notar un fenómeno migratorio singular,
muy parecido a lo que pasa en Perú con los venezolanos, y es que en
Dominicana ser haitiano es sobrevivir en un lugar donde no te quieren.
La historia sobre dos países compartiendo una isla es
compleja. Se independizaron al igual que Centroamérica allá por 1800, pero
luego Haití invadió Dominicana y dominó su territorio durante 22 años.
Más recientemente sabemos sobre la relación de estos
hermanos a través de obras como “El Masacre se pasa a pie” de Freddy Prestol
Castillo donde describe la matanza de haitianos a manos de reos dominicanos por
orden del dictador Trujillo.
En la actualidad al menos un millón de haitianos
viven en Dominicana, la mayoría son obreros, sus salarios son bajos y se la
pasan huyendo de migración. Un vigilante de un hotel en remodelación en Boca
Chica me cuenta que la autoridad detiene a los haitianos indocumentados, les
quita el dinero y los abandona en carreteras.
Una joven con descendencia haitiana se queja del estigma por
su color de piel, sus rasgos o el mínimo acento patois, el criollo francés que manda en Haití. En todos lados se
percibe la discriminación. Ver ese rechazo y tratar de entenderlo es algo que
me conmueve todavía.
Se dice que Haití es el país más pobre de Latinoamérica. Y
me imagino que si hay que salir lo más fácil debe ser saltar la cerca del
vecino. Son 250 dólares lo que cobran los coyotes para pasar a un haitiano hasta la república
Dominicana. Sin duda hay que seguir discutiendo este tema, yo
por el momento me quedaré por aquí.
Y bueno, ahora que les puedo hablar con propiedad sobre este
país quiero recomendarlo. A mí me fue muy bien y no dudo que si tengo
oportunidad volveré a sus frescas aguas y a su ardiente sol. Cuídense y
anímense a compartir este post o a dejarme un comentario. Salú.




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