El 80 % de venezolanos se quedan en Lima metropolitana (Lima – Callao) |
Lima, 10:00 AM. En mi camino del Callao hacia Miraflores, una
pareja con una niña de unos dos años se sube al bus para vender dulces. Estoy
acostumbrado a ver escenas parecidas en San Salvador. La diferencia es que su
pedido de ayuda no era para tratar una enfermedad, ellos dijeron que eran
venezolanos y que habían dejado su tierra para ofrecer un mejor futuro a su
hija.
Me quedé mudo, me sentí un sinvergüenza afortunado que hacía
turismo y que tiene la necesidad de huir, de cambiar de entorno cada cierto
tiempo. Un afortunado con necesidades nada parecidas a las de los venezolanos
del bus.
Desde entonces y con la cara echa nudo comencé a poner cuidado
en ese fenómeno migratorio tan presente en estos días en la capital peruana, algo que desconocía totalmente
antes del viaje. Los datos oficiales a abril de 2019 dicen que en territorio
peruano viven unos 750,000 venezolanos.
En la calle la gente asegura que son más. A mí también me dio esa
impresión y a partir de entonces me los encontré por todos lados. Después de
Colombia, Perú es el país de destino de los migrantes venezolanos que huyen o buscan mejores condiciones de vida.
En Miraflores almorzaba en un restaurantito donde por 14 soles (unos
$5) ofrecen lo que en El Salvador vendría ser un almuerzo ejecutivo. Una
muchacha sonríe al cliente que llega y le ofrece a uno un lugar donde sentarse.
Mi amigo la llama por su nombre y ella gentilmente nos dice el
menú. Me doy cuenta de lo bonita que es, además se nota que se ha maquillado y
arreglado el cabello para desempeñar su trabajo como mesera.
“Me encanta ella porque es muy amble, antes había una peruana
que era antipática”, se queja mi amigo y comenzamos a hablar sobre el tema.
Los
venezolanos son la mayor comunidad de extranjeros en Perú, una situación
relativamente nueva que desaprueba el 67 % de la población peruana. Algunos
llegan a decir que les están quitando los trabajos.
Los “chamos” llegan y aceptan trabajos como meseros, domésticas,
cobradores de microbuses o se quedan como vendedores ambulantes.
Esto no se
puede generalizar porque sin duda también hay un buen número de profesionales
que encuentran trabajos en sus áreas.
Sin embargo, se sabe que menos de la mitad ha obtenido su Permiso
Temporal de Permanencia y sin ese documento se supone que no se puede trabajar. Pero la realidad es otra: todo venezolano en Perú trabaja o al menos pide dinero
en la calle. Los xenófobos llegan a decir que todos los venezolanos delinquen.
El gobierno de Perú presidido por Manuel Vizcarra considera como
régimen ilegítimo al gobierno de Nicolás Maduro. Perú además encabeza el grupo
de Lima que pretende junto a más de 12 países encontrar una solución a la
crisis.
Recientemente el presidente Vizcarra dijo que no se ha ponderado el
efecto real de la migración venezolana en su país.
Ahora, y dis que por reciprocidad, ambos países se exigen visas para entrar en sus territorios.
No hablaré de la crisis venezolana porque la desconozco, pero hay
que admitir que nada alentador se dice al respecto. Esta crisis, que quien sabe
cuándo comenzó, se ha puesto peor desde 2016.
Se calcula que el éxodo
venezolano ha superado cualquier otro proceso migratorio a nivel mundial y que más de tres millones de personas han abandonado Venezuela a causa de la depresión
económica o la persecución política de los últimos tres años.
En 2016 las autoridades migratorias de Perú únicamente
registraban a 6615 personas de origen venezolano viviendo en su país.
Es decir
que en poco más de dos años un millón de venezolanos han elegido a Perú como su destino para
salir de Venezuela. Es pues en este siglo la ola migratoria más importante para
ambos países.
Con otro peruano divagábamos sobre la belleza de las
venezolanas. Él está convencido que las mujeres de Venezuela son más bonitas
físicamente que las mujeres de Perú.
Me dijo que la fisionomía ancestral de los
incas es imborrable en Perú y que muchos hombres comenzaban a preferir a las
inmigrantes.
Una venezolana que trabaja como empleada doméstica me contó que
a causa de eso se levantó el rumor de que las venezolanas eran portadoras de
VIH.
Ella me aseguró que no aguanta más, que quiere regresar a su casa pronto
pero que la situación en su país no se compone. Me dijo que no le gustaba Lima
porque había mucha tierra y arena suelta y salir a la calle significaba ensuciarse
los pies.
Cuando lo expresó quise reírme, pero me contuve. Ya había
pensado lo mismo, pero yo estaba de paso y ella no tenía fecha de retorno,
además tenía que trabajar de lo que fuera para sobrevivir. Me explicó que es
originaria de algún lugar en la campiña venezolana donde el paisaje no es gris
sino verde.
En Cusco encuentro venezolanos sentados en el suelo y con
cartulinas donde han escrito básicamente “soy de Venezuela, ayúdeme”. Lo han anotado
también en inglés para llegar al gran flujo de turistas internacionales que
visitan esa ciudad.
Llego a un comedor en el centro de Ica y elijo comer unos
macarrones verdes. Le pregunto al mesero qué llevan los macarrones, por qué son
verdes. El muchacho, de unos 20 años, me dice que no sabe, que acaba de empezar
a trabajar ahí y que es de Venezuela. Le dije que no importaba y le sonreí.
En poco más de un mes aprendí a reconocer a los “chamos” en la
calle, a respetarlos por su aguerrida decisión de migrar.
Ojalá algún día la situación en
Venezuela se alivie y mi amigo pueda regresar a su país sin miedo.
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