El pasado cinco de mayo se publicó en Alharaca un artículo sobre Tamarindo, casa sustentable. De la pluma de mi amiga Lauri García Dueñas pueden conocer mi casa - negocio, la descripción retrata este sueño hecho realidad que ahora me permito reproducir en este blog. El mes pasado les quedé debiendo el post mensual, espero no vuelva a pasar. Bienvenides otra vez.
Junto a mi esposa Lili |
Tamarindo: Una casa
sustentable en Guacotecti
Lauri García Dueñas
Eduardo Portillo, de 40 años, construyó su casa utópica en un paraje lejano de Guacotecti, Cabañas, El Salvador. “Tamarindo: casa sustentable” está rodeada de una cerca natural, con un baño seco, adobe sismoresistente, techo vivo, bosque comestible, huerto, milpa, salón de yoga, siete gallinas y un gallo.
Hace once años, Guayo se paró en la entrada del terreno que
heredó de su padre y tomó una decisión que marcaría su vida y la de su familia.
«Ya no quiero ser empleado», se dijo, a pesar de que estudió en una de las
mejores universidades privadas de la capital y tenía un buen trabajo. ¿La
razón? Se sentía lejos de su familia y de su origen en Guacotecti, Cabañas, El
Salvador.
Dicho y hecho, agarró sus tiliches (bártulos), se fue de
mochilero y llegó hasta Cartagena de Indias, Colombia. Trabajó de chofer en San
Vicente y las Granadinas y cumplió su sueño de conocer Brasil. Viajó durante
tres meses y regresó a construir su hogar, el que en ese momento sólo estaba
concebido en su mente.
Ahora, en su casa sustentable en Guacotecti, nos recibe
emocionado. Entre la minimalista decoración del lugar, una bandera brasileña
sirve de recuerdo de su viaje iniciático.
«Esto es lo que he construido», subraya, y no es cosa menor.
En El Salvador el acceso a la vivienda es un problema social y comprar una casa
te puede costar no menos de 50,000 dólares. Guayo y un albañil con 22 años de
experiencia construyeron ⎯basándose
en un libro y en una capacitación, y por
unos 4,000 dólares⎯una casa
amplia, fresca, agradable y amigable con el medioambiente, que ahora se ha
convertido en un hostal y lugar para eventos, entre otras cosas.
La familia ha crecido y ahora está conformada por su esposa,
Lily Méndez, trabajadora social; Arleny (12 años) y Eli Sofía (4 meses). Un
amigo en común los presentó y su intuición no le falló. Guayo y Lily están
recién casados y Eli Sofía hace poco vino al mundo.
De la mano de su esposa, amplió la visión para Tamarindo.
«Yo no me hubiera animado a vender comida sin Lily», explica Guayo, mientras
prepara unas hamburguesas de campeonato, y ella, unas deliciosas pupusas de
ayote. La casa abrió sus puertas al público en 2016, pero ahora él ya no está
solo. Su menú es apto para omnívoros y vegetarianos.
La casa pasó de ser un centro vivencial de permacultura,
tecnologías apropiadas, a un hostal, vivero, café, restaurante, lugar de
eventos. Su principal objetivo es que las y los visitantes se lleven una
experiencia para su propia vida cotidiana, según las palabras del fundador.
Eduardo está recibiendo voluntarios nacionales e
internacionales para mejorar Tamarindo. Siempre hay mucho que hacer, desde la
madrugada, para mantener la casa viva, literalmente. La conversación con los
visitantes pasa, entre otras cosas, por enseñarles a separar la basura y por
instruirlos, mediante rótulos escritos e instrucciones verbales, sobre cómo
funciona un baño seco.
Al principio, uno puede tener vértigo de tirar el aserrín
donde no debe pero, gracias al anfitrión, se termina por aprender.
Toda utopía es dúctil y aunque el proyecto inició con el uso
de paneles solares y agua recogida mediante la lluvia en una pileta, ahora
posee electricidad y un baño con agua potable, debido a la llegada de las tres
nuevas habitantes. Eduardo no lo lamenta, al contrario, sabe que cuando una
utopía pasa de ser un sueño personal a uno familiar o colectivo, hay que
adaptarse.
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