jueves, 24 de noviembre de 2011

Atravesando la comarca



Las direcciones son de suma importancia para un viajero prudente, de los que no joden tanto preguntando ¿Cómo llego a? Uno debe anotar y guardar esas indicaciones para que, cuando llegue a un lugar y se quede boquiabierto mirando alrededor, sepa por lo menos preguntar por un destino específico, una dirección. Otra cosa importante, si se quiere pasar desapercibido, es caminar rápido, así la gente piensa que uno lleva prisa, que lo esperan. Lo que no saben es que en realidad uno no tiene ni la menor idea de a dónde va y simplemente camina. El segundo aspecto para no sentirse perdido, y quizá más importante que una dirección misma, es el cómo llegar a ese lugar, y con esto quiero decir medios de transporte, terminales, horarios, pasajes, embarcaderos, carreteras, el clima… es importante tener en cuenta todo. Por lo menos en Centro América, campañas políticas o días festivos pueden interrumpir de manera importante los ya malogrados sistemas de transporte.

En Nicaragua y Costa Rica pasé por listo y no pregunté mucho, la información de los lugares y de cómo llegar iba llegando por sí sola. Panamá sí me representaba un reto. Era mi primera vez en tierra canalera. Por suerte, en Ometepe, Nicaragua, tuve la fortuna de conocer a un español que me indicó una ruta para cruzar sin avión desde Panamá hasta Colombia. “Yo voy por tierra”, le dije con ignorancia. Yo desconocía que es imposible ir por tierra por el tapón del Darién, la selva virgen y espesa. El español, convencido de conocer algo importante para mí, comenzó a decirme que en Ciudad de Panamá debía conseguir un jeep-taxi que me llevara hasta Puerto Cartí, en la comarca Kuna Yala, en la costa atlántica sur de Panamá, y que el resto hasta Colombia debía ser en barco o lancha.

En Cartí debía tomar un barco hasta Isla Caledonia y si era posible abordar ahí mismo otra panga hasta Puerto Obaldía, donde te sellan salida de Panamá y se sigue hasta Capurganá, uno de los primeros pueblos del Caribe colombiano. El plan llegó intacto hasta Panamá City donde por ahorrar un dinerito decidí cambiar la ruta por una disque más barata. Sin embargo, hoy puedo decir, que no hay ruta barata ni cara en la comarca, todo depende… de muchas cosas.

Me fui en bus hasta Colón, una ciudad portuaria e industrial, sucia y con edificios decaídos. Luego caminé unas cuadras hasta otra terminal donde me monté en un bus hacia Miramar, donde iniciaría la ruta al Sur por El Atlántico. En el bus conocí a Emilio y Mads, dos daneses de 21 años con quienes compartí el viaje.



De Miramar salí corriendo al cuarto día después de cometer un delito. La falta número 1260 impuesta por la Tesorería Municipal de Santa Isabel, Provincia de Colón, República de Panamá. Junto a los daneses fuimos trasladados en un vehículo policial escoltado por siete agentes armados. Las partes, o sea nosotros como imputados y la víctima, quien dijo llamarse Zuleyca y ser la corregidora de Miramar, llegamos al acuerdo de enmendar la falta con dinero. Los daneses estaban nerviosos así que propuse que se cobraran 10 dólares, me pareció lo justo. Las corregidoras panameñas, Zuleyca encabronada y la otra entre dormida y despierta, dijeron que no.

El monto final acordado fue 30 dólares. La descripción de los delitos a continuación: Tomar Pipas (Cocos) sin permiso, romper las Pipas en las bancas del parque de la comunidad, dañar el parque (como prueba la parte afectada presentaría una losa quebrada pero era falso, no quebramos nada) y por dejar la basura de las Pipas regada por la playa. Todo paso en compañía de los daneses y el último día se sumó a la comilona de cocos un canadiense que dijo llamarse Jhon.

Jhon nos abandonó mientras Emil, Mads y yo arreglábamos la vaina. Recordé el programa de Discovery “Preso en el extranjero” y me reí. Todo estaría bien si pagábamos la multa y alcanzábamos a regresar antes de las 9:00 a.m. para abordar un barco que nos adelantaría en el camino. Pero no llegamos a tiempo. El barco se fue sin nosotros.

Como podrán entender, Miramar me estaba escupiendo, no quería estar más tiempo en aquel maldito pueblo. Para bien o para mal el barco y Jhon se fueron. Ante la risa de los costeños, agarre mis cositas y caminé sin saber dónde. Vi el mapa y lo más cercano era otro pueblito costero llamado Cuango, a dos kilómetros. “Hasta luego y cuidado con esta gente”, les dije a los daneses, que casi chillaban.

En Cuango el río no dejaba pasar, solo se podía cruzar en canoa, mientras esperaba a que llegara alguna, los mismos policías de Miramar llegaron y pusieron bajo arresto a tres personas, dos hombres de entre 25 y 30 años y a una mujer de aproximadamente la misma edad. Todo un show. Yo no hice nada, estaba agotado, lo vi todo mientras reposaba bajo una palmera. Hubo llantos, gritos… “esta es zona de narcos”, me explicó luego el flamante jefe policial. Minutos más tarde logré subirme a una canoa y crucé. Al lanchero le regalé mi camisa favorita, me la había puesto una vez en dos meses de viaje.

El lugar al que llegué era un lodazal digno de espanto, ¡Culebras!, pensé de inmediato. El lodo me llegaba casi hasta las rodillas y las chanclas eran patines. Todo se complicaba con los 26 kilogramos que voy cargando. Un lugareño me dijo “quíteselas chanclas primo porque si le quedan enterradas ahí van a quedar”. Obedecí. Y en efecto estoy seguro que de no acatar allá estarían las chanclas.

Jadeando llegué hasta Playa Chiquita donde la misma actitud malhumorada de los panameños me hizo continuar. Sin mapa ni brújula. Solo sabía que si continuaba por la playa encontraría otro pueblo. La meta era llegar a Palmira y luego a Santa Isabel, como a 8 ó 10 kilómetros. También pensaba en que, si era posible, el siguiente día podía seguir caminando hasta El Porvenir, donde comienzan las playas de San Blas y al mismo tiempo la comarca Kuna Yala. Ideas locas, allá estuviera todavía si hubiera decidido caminar.

No llegué hasta Palmira, a las 5:00 de la tarde, después de llorar perdido en medio de la selva, bajo una intensa lluvia, con hambre, sed, y más sucio quelijueputa decidí acampar en una cabaña donde Benjamín y su familia, de la etnia ngobe bubles del norte de Panamá, me dieron de comer y un techo. Al día siguiente seguí caminando hasta llegar a Palmira donde me dijeron que lo más prudente que podía hacer era regresar a Miramar, donde no quería volver nunca más.

“Espere un rato para ver si en el día alguien sale con viaje”, me dijo Isidro, un viejo pescador. Mientras esperaba me tomé una sopita de colita y patitas de cerdo. Levanta muertos. Por la tarde un colombiano debía ir a Colón por un accidente familiar así que me monté en su lancha hacia Miramar a 80 kilómetros por hora ¡Extremo!



Al llegar me reencontré con Emil y Mads y nos pusimos en contacto con Miguel, un colombiano que nos llevo hasta Capurganá. Miguel viaja dos o tres veces al mes por toda la comarca con pollo de venta para “los indios”.

Cuando finalmente salí de Miramar grité de alegría, ya estaba en ruta hacia mi nuevo destino. En la lancha, además de los daneses y yo (los tres pasajeros) iba Miguel, su hijo Camilo y un paisa de Medellín que viajaba sin pasaporte. Más adelante, cerca del Porvenir, un indio se sumó a la expedición.

Los Kuna Yala salían con sus dólares para comprar el pollo a $1.80 la libra mientras Miguel se llenaba las bolsas con dinero. Esa primera noche dormimos en Narganá, una de las principales comunidades de la comarca, es como una pequeña ciudad indígena, ahí inclusive hay una universidad que imparte dos carreras: Comercio y Turismo. En estas comunidades vi paisajes inimaginados…

Al siguiente día continuamos hasta Puerto Obaldía donde los militares panameños me revisaron todo el equipaje y me tomaron como cinco fotos. Encontramos la oficina de migración cerrada y tuvimos que quedarnos. Al siguiente día partiríamos hacia Capurganá.

En Obaldía un cubano dijo que había pasado 10 días en la selva solo con una pequeña maleta. Le pregunté que para dónde iba y me respondió, “para donde va ser chico, para los Estados a ver a mi familia”. A un argentino no lo dejaban pasar por falta de un sello. El paisa de la lancha se quedó en Isla Caledonia, nosotros ya no llevábamos trabas. Al día siguiente ocurrió el encuentro con Capurganá, una historia colombiana que apenas se comienza a escribir.

Sobre los Kunas

Los Kunas aparecen en las crónicas desde 1571 como comunidades que huían de hostigamientos. Se les ubica desde las riberas del río Atrato en Colombia hasta los afluentes del río Turia en Darién (selva entre Panamá y Colombia).

Eran comunidades que hasta 1903 estaban unidas en un solo territorio denominado comarca de Tulenega. La comarca, a consecuencia de la separación de Panamá de Colombia, sufre nuevas divisiones producto del ordenamiento territorial del Estado panameño, fragmentando así las tradicionales regiones ocupadas por los Kunas. En la actualidad hay cuatro pueblos Kunas: Kuna Yala, Madungandí, Wargandí y Dakakunyala.

Desde 1609 los Kunas enfrentaron a invasores por más de 250 años. Ahora los descendientes de los abuelos luchadores viven y cultivan en tierras que van siendo heredadas. Su principal actividad económica es la recolección de cocos, el cual usan como moneda, en las tienditas Kunas reciben un coco por $0.30. En segundo lugar se dedican a la pesca, en tercero a la agricultura y en cuarto al turismo.

En Kuna Yala los indígenas viven apiñados en algunas islas ubicadas en la costa sur del Atlántico panameño, una zona conocida turísticamente como San Blas. A los Kunas los vi serios y hasta bravos. Las mujeres usan traje típico, muy colorido, con cientos de pulseras en los brazos y pantorrillas, también usan un arete en la nariz.

No tienen lugar para tirar la basura, lo hacen en el mar. Los excrementos también van directo al mar. Se vende Coca Cola en sus tiendas y en algunas casuchitas hay antenas satelitales para ver televisión. Me pidieron un dólar por una foto, después de eso, les capturé solo por la espalda.

5 comentarios:

Karen dijo...

Puta Guayo!!!! Mis respetos!!!! Sos genial con tus crónicas!!! Felicidades!!!! Espero que te vaya bien en Colombia!!! Abrazos!!!

Anónimo dijo...

IJOLE!! no sé que expresar por esta tu odisea, no sé si sos el mas grande de los gilipollas dejando toda la comunidad de El Salvador...o alguien que esta viviendo el sueño que pocos nos atreveriamos a cumplir....

Espero que puedas soportar este ritmo....y aunque sabes escribir muy bien....la aventura no me está pareciendo muy bonita...en fin ...te deseo un feliz termino a tu sueño y que disfrutes al maximo.-

Kike

Eduardo Portillo dijo...

Gracias Karen!!! yo ya ni escribir serio puedo jajajja pero me divierto recordando, chis!

Eduardo Portillo dijo...

Werner, como dice mi amigo Attilio "lo que no te mata te fortalece". Atravesar la comarca Kuna Yala fue increible!!! Es algo que jamás voy a olvidar por todo lo bueno o malo que me paso. Saludos y mucha suerte en tus bisnes.

Anónimo dijo...

Increíble guayo, me la estoy pasando bien leyendo tu viaje.

Atte; Miguel berci