domingo, 6 de noviembre de 2011

Parque Nacional Chirripó (PNCh)



No me podía ir de Costa Rica sin conocer el punto más alto de ese país. A 3,819 msnm está el cerro Chirripó, una formación rocosa desde la que se ven los océanos Pacífico y Atlántico, yo no los vi, para verlos había que levantarse a las 2:00 a.m. y caminar más de tres kilómetros en la oscurana y cuesta arriba. Me bastó con llegar a la cima y aunque no vi más que neblina, un mar de leche, como dice Saramago, la experiencia fue, además de agotadora, espiritual.

La entrada es por San Gerardo, un encantador pueblito en San Isidro del General, ahí se debe llegar un día antes para reservar cupo en un albergue y poder comenzar la caminata, al siguiente día, a las cinco de la mañana. Para llegar hasta el albergue, hay que caminar 14 kilómetros por el bosque y las montañas. El trayecto me llevó, con mochila de unas 20 libras al hombro, ocho horas y 12 minutos. Podía haber pagado $40 para que los “arrieros” me llevaran la mochila, pero preferí cargarla, “huy qué caro, además no es para tanto”, pensé.

En el camino, me arrepentí de ir cargando una cajita con vino, pero al día siguiente, ese mismo vino hizo que la noche no me supiera tan fría. Con la lengua de fuera y casi llegando al albergue, justo en la cuesta de Los Arrepentidos, un letrero me daba ánimos: “Aunque los pasos se vuelvan lentos y la energía se convierta en fatiga, quedará siempre por dentro el instinto primitivo, la fuerza de la voluntad”. Al llegar al albergué, las canillas me temblaban y moría de hambre. Me almorcé una sardina y me dormí.

Al día siguiente había muchas opciones para seguir caminando, calculo que caminé otros 14 kilómetros para llegar a la cima del Chirripó, al valle de los Conejos, a la laguna de Ditkevi y al valle de las Morrenas. Nuevamente tembeleque y viendo chuchos colgado regresé al albergue para volver a comer pescado enlatado. Luego nuevamente a la cama, pero minutos más tarde salí ganoso hacia el cerro de los Crestones, a poco menos de dos kilómetros del albergue, pero con la dificultad de escalar tetuntes.

La vista desde los Crestones, unas rocas enormes en la cima del cerro, me dejó sin palabras y cuando descendía, el sol, que le decía hasta pronto a los cerros, me recargó de energía y me habló. Me dijo que tengo un propósito y que al igual que él, soy un ser de luz.

A la mañana siguiente, me despedí del Chirripó en silencio. Agradecido por tan hermoso espectáculo y con más ganas de seguir explorando, con más ganas de nuevos destinos, nuevas aventuras.




En un libro leí que el paisaje del Parque Nacional Chirripó (PNCh) se llama páramo, un ecosistema tropical de alta montaña, heterogéneo, velloso, herbáceo y generalmente desarbolado o con doseles abiertos de arbolitos tupidos. El páramo ocurre entre los 2,800 y 4,800 msnm. En América tenemos 35,000 km2 de este paisaje entre Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador y el norte de Perú. Costa Rica, en la cordillera de Talamanca y con 152 km2, tiene apenas el 0.4% del total del páramo americano.

Otros datos interesantes del páramo es que tiene un promedio anual de frío extremo por debajo de los 10 grados centígrados, una humedad atmosférica del 70% y precipitaciones anuales de más de 2,000 milímetros. En este ambiente viven pumas, osos andinos, venados de cola blanca, dantas de montaña, conejos, zorros, pizotes, comadrejas, musarañas, salamandras, ranas, sapos, varios tipos de aves y lagartijas.

Con Nícida y Diego, dos ticos recién casados que celebraban su luna de miel en el Chirripó, compartimos la admiración hacia la belleza encontrada. Yo les dije que recomendaría a mis amigos el lugar, ellos me dijeron que muchos de sus compatriotas no conocían. Más tarde leí en el mismo libro una leyenda del valle del General: “Todo costarricense que no haya ascendido al cerro Chirripó está sin bautizar”.

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